Volví después de casi veinte años a donde por unos días presté mis servicios. Estoy en la escuela primaria 22 de Diciembre, en la colonia Nuevo Culiacán, en la capital del Estado. Es un edificio ciertamente viejo, pero cuidado. Sus aulas están refrigeradas. Los patios limpios, al fondo observo al maestro de educación física llevar a cabo sus trabajos, con un grupo de inquietos muchachos. El personal de aseo se esmera en que todo marche bien. Yo espero pacientemente en el cancel de la calle a que alguien me permita pasar y al poco rato una señora se acerca, quita el candado y me invita a ingresar.
Me detengo frente a la plaza cívica observo hacia todo lados. Veo venir de uno de los salones del frente, a una mujer muy bonita, madura de aspecto interesante. Viste traje tipo sastre. Su aspecto es serio. Se ve fuerte y caminar seguro. Trae unos papeles en la mano. Creo que camina rumbo a la puerta de salida. Pero no, se dirige a donde estoy y entonces aprovecho para preguntarle por la directora. Pero al acercarse un poco más y obsequiarme una sonrisa, supe que era ella: la maestra Irma Beatriz Figueroa Lee.
Me pareció que el tiempo había corrido un poco. Sonriendo y a manera de saludo le dije ¿maestra de pronto no la reconocí? Sabiéndose observada por algunos maestros, y muy segura de sí, ríe también y me contesta: usted siempre tan exagerado, al tiempo que me invita a pasar la dirección.
Vengo de hacer un recorrido por los salones -me dice- la maestra Irma Beatriz Figueroa Lee, directora de esta institución donde han abrevado las primeras enseñanzas miles de alumnos, que adultos hoy, llevan sus propios hijos a las mismas aulas, donde ellos cursaron sus primeros estudios.
Me sorprendió encontrarla; hacía algunos años que no le veía. Fue buena la sorpresa, no esperó ser ella, la entrevistada, pues no hablamos de ello la víspera.
Al dejar correr cinta de la grabadora y soltar la primera pregunta, toma un poco de aire, y va al encuentro de los años idos. Se detiene en los años maravillosos de la infancia. Dirige su mirada hacia la pared donde se observan infinidad de fotografías del personal docente; diplomas y reconocimientos obtenidos en encuentros con otras escuelas de la zona y del sector. Su mirada parece perderse mientras hilvana uno a uno trozos de vida laboral.
Con voz firme, muy segura de no equivocarse, narra pasajes de su trayectoria educativa. No hay titubeos. Solamente cuando pregunto por los años de servicio, y sí ha pensado en la jubilación. Pero en segundos me contesta que quiere seguir dando lo mejor de sí, al servicio educativo.
Irma Beatriz es una mujer alegre. Sus ojos ligeramente rasgados ven de frente. Impone respeto. Es una mujer muy hermosa, querida y respetada por alumnos y personal docente, administrativo y de intendencia Son casi tres décadas y media de servicio y me dice: se fueron como un suspiro– y efectivamente la maestra suspira como queriendo regresar el tiempo, o como si evocara el momento en que llegó a Campo Victoria, en el hoy municipio de Navolato en 1972, a la zona escolar del profesor José Guadalupe Ramírez Aguilar.
No sé en qué momento me llegaron los treinta; y mire cómo pasa, voy que vuelo a los cuarenta. Pero me siento muy bien.
En ese recorrido lleno de nostalgia, se ubicó en Estación Dimas, donde nació 26 de marzo de 1952. Recordó a su señora madre, doña Socorro Lee Picos, así como la partida temprana, de su padre, Antonio Figueroa Laviága, siendo ella una jovencita. Habla con emoción de sus hermanos José Antonio, Elsa, Guadalupe Teresa, Elba Socorro y Margarita.
Evoca los tiempos no muy lejanos que aun la luz de los recuerdos aprisiona en su mente de niña; va el reencuentro de su años infantiles, cuando no hay preocupaciones, cuando y jugó soñó a ser maestra, influenciada por sus tías Jovita y Celia Lee Borrego, maestras de profesión que, con su ejemplo fueron elementos naturales que marcaron su vida y la de su hermano Antonio, para que se inclinaran por la docencia.
La maestra señaló que se siente como si fuera el primer día, se refleja en ella una mujer sana, con ganas de vivir, enamorada de su familia y de su trabajo, que habla por sí solo, de la entrega y emoción con la que inicia cada jornada laboral: efectivamente como si hoy fuera el primer día. Cuanta falta hacen al servicio de la educación, maestras de la talla y la calidad humana de esta maravillosa educadora.
Irma Figueroa llevó terminó sus primeros estudios en la escuela Anexa a la Escuela Normal de Sinaloa, institución esta última, donde cursó la secundaria, en 1965, y los de normal, egresando en 1972, en la primera generación de cuatro años. Entre sus compañeros recordó a Lucila Báez Márquez, Rosalba y Julieta Guzmán, Eva Luz Vega, Soledad Quiroz, Cesar Palazuelos, Socorro Lechuga, Ignacio Cristerna, Bartolo Mendívil Chaparro, José Antonio Mercado Machado, Karla Medina de los Ríos, Rosario Valenzuela Ibarra y Rosario Sauceda; con muchos de ellos formó equipo, que ayudó a reafirmar conocimientos, técnicas y estrategias de trabajo, herramientas que fueron valiosas a la hora de enfrentarse a la realidad, con un grupo de niños.
Inmediatamente obtuvo su plaza de maestra rural, como ya se apuntó líneas arriba, se le ubicó en el campo agrícola Victoria, donde laboró hasta 1975; luego vendría a Campo Santa Marta, en la escuela Ford No. 23, en la zona escolar del profesor Servando Reyes Romero.
Cuando me enfrenté al grupo, fue algo diferente, una experiencia distinta. No obstante haber practicado en varias ocasiones tanto con niños de la zona urbana como del medio rural, tener un grupo bajo mi responsabilidad, era algo que no me esperaba, pues era una escuela de concentración donde asistían niños hijos de jornaleros agrícolas, que ya se puede imaginar las limitaciones con las que trabajaban ellos y nosotros también; aunque debo decir que había un patronato en esos campos que otorgaban apoyos, tanto a planteles como a niños. Porque la gran mayoría no eran eventuales, claro que muchos en el mes de abril se regresaban a Michoacán, Guerrero y Oaxaca, de donde provenían. Pero contábamos con gente muy responsable.
Había problemas a veces con el lenguaje ya que nosotros no estábamos preparados para enfrentar ese tipo de situaciones, pero el apoyo de las madres y hermanos más grandes fue definitivo. Los padres de familia nos invitaban a fiestas que organizaban en sus galerones, donde vivían y compartíamos con ellos sus rituales en sus bodas y fiestas tradicionales, ahí platicábamos con ellos de los problemas que enfrentábamos a diario.
Explicó la maestra Irma Beatriz que, en ese tiempo la enseñanza de la lecto-escritura se llevaba a cabo a través del método Global de Análisis Estructural, era efectivo pero era más lento. No como hoy que los niños con preescolar, entran casi leyendo.Antes había que enseñarles a tomar el lápiz, el niño entraba y a veces no era fácil que se quedara, sus manitas eran torpes; avanzaban rápido, aquellos que tenían disposición, y trabajábamos más, con otros; los guiábamos tomándoles la mano hasta que lograban hacerlo de manera correcta. Era una emoción difícil de explicar, cuando el niño aprendía a leer.Después de desesperarse, termina uno como alumno y maestro, enseñando a aprender y aprendiendo a enseñar.
Los talleres de cooperación pedagógica que realizábamos con los compañeros en la zona escolar, eran muy útiles, ahora es más fácil. Se tiene apoyos de maestros de educación física, danza, manualidades, psicólogos y de computación; el trabajo del maestro se ha facilitado. Antes se tenía que ser más versátil, saber de todo, claro esto, en las zonas urbanas y semiurbanas, porque en la sierra el maestro sigue batallando.
En Campo Victoria, nuestra entrevistada contrae nupcias con el recordado y desaparecido maestro Ramón Tejeda Rodríguez, con quien formó una familia ejemplar.
En 1977, Luego de Santa Marta, fue asignada a la escuela 22 de Diciembre, que es donde ha laborado de manera interrumpida durante 28 años. Fue una nueva experiencia, eran otras exigencias. Me integré con facilidad al equipo de trabajo y logré sacar mi tarea con responsabilidad.
En 1996, al enfermar la directora del plantel, Alicia Camacho Rivera, la autoridad escolar dispuso que fuera la maestra Irma, responsable de sexto año, quien se hiciera cargo de la dirección de la escuela en ese ciclo1996-1997. Fungía como supervisor de esta zona escolar, el ameritado maestro Gonzalo Montero Carrillo.
Fue una gran responsabilidad. Porque en 1998, se me concedió el nombramiento como directora efectiva. Era y sigue siendo escuela de prestigio, ganado a pulso por los maestros. Recuerdo que aquí, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, dio el banderazo del programa federal de “Escuela Digna”. Se mejoró materialmente el edificio. He tenido satisfacciones como maestra y como directora.
La maestra hace un paréntesis y muestra orgullosa algunos documentos que acreditan su dicho.- Está mal que yo lo diga, pero mis grupos tuvieron siempre los primeros lugares en concursos académicos.
Luego señala con satisfacción –Esta escuela tiene una gran demanda. Tenemos problemas porque las aulas no dan para crear más grupos. Aquí estudian niños que son hijos de mis alumnos; como directora, me satisface ver que mi escuela, no obstante tener cuarenta y cinco años, sigue de pie. Hoy tiene personal numeroso, somos 21 personas. 14 frente a grupo, 2 de educación física, 2 en intendentes, una de apoyo en el aula de medios y una maestra de inglés. Mi meta es seguir manteniendo el nivel académico; que las relaciones con los compañeros sean cada vez más sólidas y de mayor compromiso con la educación, y que el ambiente siga tan agradable como hoy.
Esta escuela tiene un significado muy importante para mí, aquí estudiaron mis hermanos, este era mi barrio, yo vivía a dos cuadras, me tocó ver cuando hicieron la escuela, y me dije entre broma y en serio, en esta escuela tengo que trabajar. Siempre fue mi anhelo.
Llevé una buena relación con los maestros de mis hermanos, entre ellos el profesor Mauro Valenzuela, Fabiana Gálvez Aldana, Hilda Morales Payán, Amadita Martínez Víctor Hugo Escobar, entre otros. Cuando llegué a esta escuela, tuve la fortuna de tener, a muchos de ellos, como compañeros.
Irma Beatriz es una maestra que busca la superación académica, realizó la licenciatura en educación en la Universidad Pedagógica Nacional y asiste a cuanto curso considera le traerá beneficio en su desempeño.
Por su entrega profesional ha recibido muchas satisfacciones y reconocimientos, entre ellos diplomas, un estímulo como la mejor directora de la zona escolar, una generación de niños de esta escuela ha llevado su nombre, la medalla al Mérito Magisterial Rafael Ramírez (al momento de publicar esta semblanza, ya recibió la medalla Ignacio Manuel Altamirano por sus cuarenta años de servicio), pero lo que más la estimula es el trabajo que sus maestros realizan a diario, no sólo para obtener mejores lugares en la zona y el sector escolar, sino la enseñanza con calidad y calidez humana. Esta escuela tiene una biblioteca, aula de medios con treinta computadoras de las cuales algunas, han sido donadas por la empresa Ley. Estamos promoviendo la lectura y la elaboración de textos, cada aula tiene una biblioteca mínima– me dice. Entrevista realizada en mayo de 2002, Los educadores en la transformación social de Sinaloa, Historias de vida, Teodoso Navidad Salazar, 2017.