Recuerdo que la noche de la entrevista aún estaba sobre la pequeña mesa de la sala, el ramo de flores que el pasado 15 de mayo recibió con motivo sus primeros cuarenta años de servicio a la educación.
Tardó un poco en salir a recibirme, porque según ella, se estaba arreglandoporque no deja de ser una distinción, que alguien la entreviste. Pero no creí que eso hiciera falta, porque cuando apareció en el umbral de la sala, con la sonrisa a flor de labios, me pareció una mujer encantadora.
Recién había pasado las seis décadas y no reflejaba cansancio alguno. Me saludó con esa autoridad que daba la seguridad de haber sido maestra de muchas generaciones; y me trató como si yo hubiera sido uno de sus tantos alumnos que la visitaba o se encuentra en la calle y la abrazan con efusividad. Lucía con sencillez un vestido color salmón que daba luz a su rostro de finas facciones.
En las paredes de la sala observé reconocimientos otorgados por autoridades educativas y sindicales, así como de alumnos, padres de familia y sus propios compañeros. Empezamos la charla y los recuerdos vinieron en tropel; tuvo dificultad para ordenarlos. Una risa nerviosa la invadió mientras se acomodaba en el sillón; y a pregunta expresa, me cuentó que nació en Culiacán, por la calle Miguel Hidalgo, el 8 de abril 1934. Sus padres fueron los señores Alberto Carrillo Arellano, originario de Culiacán, y Magdalena Durán de Carrillo, nacida en Zacoalco, Jalisco, ambos maestros.
Somos de una larga tradición magisterial que se remonta hasta la época juarista –me dijo con orgullo. Su abuelo fue maestro y llegó a Sinaloa con la comisión de fundar escuelas federales y su madre, que en ese tiempo era una jovencita, conoció a su padre en Culiacán y se casaron. De ese matrimonio nacieron María Elba, Alberto, Jaime, Manuel, Magdalena y Juanita.
Inicié mis estudios en el jardín de niños Baltazar Izaguirre Rojo.En las instalaciones del Ayuntamiento de Culiacán, que antes fueron del Hospicio infantil y luego en la escuela primaria Josefa Ortiz de Domínguez hice los primeros años –me dice la maestra, mientras me sirve un poco de agua de naranja, de una jarra de vidrio transparente. Ella hace lo mismo y luego continúa: Con apoyo de mi tío Jesús Durán Cárdenas, terminé la primaria en el colegio Monferrant. Luego ingresé a la Universidad de Sinaloa para estudiar secundaria y bachillerato, pues deseaba ser abogada, pero sólo cursé los dos primeros años.
Fue una experiencia maravillosa ya que tuve la oportunidad de recibir cátedra de muchos brillantes maestros entre los que recuerdo a Rodolfo Monjaraz Buelna, Sánchez Rojo, Reinaldo González Sr., Juan Macedo López, Amado Blancarte, Alberto Sánchez González, Cipriano Obezo Camargo (sic), Eliseo Leyzaola, José María Cota y Cota, Matías Ayala, entre otros muchos. Me encantaba observarlos como daban la clase, desde entonces mi mayor ilusión fue convertirme no sólo en maestra, sino en catedrática.
Por razones familiares no logró terminar la carrera de derecho y su señora madre, que entonces radicaba en Guadalajara, la conminó a estudiar para maestra, logrando inscribirse en la escuela Normal Urbana para Educadoras del Estado de Nayarit. A la vez que estudiaba laboraba como educadora, en Tepic. Sin lograr terminar sus estudios regresó a Sinaloa donde ingresó al Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, en 1964; ahí se tituló. Durante su etapa en dicho instituto, compartió experiencias con las hermanas Estela y Otila Macrina Millán Bastidas y Olga Morales
Comentó que fue muy difícil su examen recepcional, señala que se estaba muriendo de nervios, porque le tocó de sinodal una maestra muy estricta, que venía de México. Pero al momento de enfrentarse logró pasar el examen sin mayores problemas. Cabe aclarar, que como muchos maestros de la época, nuestra entrevistada a la vez que estudiaba, prestaba sus servicios en el ejido El Bledal, sindicatura de Navolato, municipio de Culiacán.
Recordó la maestra Juanita que, a pesar de que no estaba tan retirado era un pueblo muy pobre, mal comunicada, insalubre, tenía problemas de enfermedades de la piel y parásitos, pues bebían agua de los canales y sin hervir.
Más adelante, comentó:
Llegué en 1961. Este ejido estuvo castigado por la Dirección de Educación al no enviarles maestro, pues no se ponían de acuerdo, los padres de familia. Tenían rencillas entre dos familias muy numerosas y no había seguridad para los maestros. Yo pedí asesoría a mi padre que, como ya he dicho era maestro. Me sugirió, estrategias para la enseñanza acordes a la situación de los niños. Pero las cosas marcharon mejor. Hubo tantos niños que hubo necesidad de preparar a una jovencita de la comunidad, de nombre Margarita María Montoya Medina que me auxilió de maravilla; desde el principio le vi madera para maestra: lo fue, y de las buenas; la comunidad nos apoyaba con sus pagos. Los padres me trataron muy bien; los niños luego se encariñaron conmigo y yo con ellos. Se llevó a cabo una labor de convencimiento para que dejaran las cachimbas de petróleo que utilizaban para alumbrarse y las cambiaran por lámparas de gas, se dieron pláticas de higiene ambiental en la comunidad, hervían el agua, enseñamos trabajos manuales y alfabetizamos a los adultos, de 7 a 9 de la noche. Orientábamos al comisariado ejidal en las cosas agrarias. Servíamos de enlace con empleados del registro civil de Navolato y las brigadas médicas; regularizamos la situación de la parcela escolar que se sembraba y no se rendían cuentas a la Secretaría de Educación. En fin fue una experiencia muy buena, una etapa muy emotiva para mí.
Luego me confió que no se le pagaron sus sueldos hasta finales del año escolar. Cuando me llegó, era mucho dinero- me dijo al momento en que sus ojos se hacen grandes.
Al año siguiente año el inspector dispuso su cambio a La Palma, Villa Ángel Flores, del hoy municipio de Navolato, donde laboró cinco ciclos escolares, al lado de las maestras Josefina Cuevas y María Baldenegro. Juntas gestionaron mejoras para la escuela, entre ellas la plaza cívica, cancha deportiva y la cerca perimetral. Después vendría el cambio a la escuela Club de Leones, de la colonia Los Pinos (antes Ejidal), en el municipio de Culiacán. La recibió la inspectora Cuquita Bañuelos de Montero. En esa escuela logró integrarse al excelente equipo que hacían los maestros Ofelia Aispuro, Guadalupe Flores, Natalio Landeros Ramos, entre otros. Ahí entregaría 12 años al servicio educativo, mismos que alternó en el nivel de secundaria y preparatoria, esta última, adscrita a la Universidad Autónoma de Sinaloa. En esta institución (vespertina), que operaba en las instalaciones de la Escuela Primaria Velina León de Medina, la maestra Juanita se desempeñó como subdirectora de ese plantel fundado por la maestra Zeferina Montoya Pazos.
Con el paso de los años, tuvo la oportunidad de obtener plaza en secundaria y fue adscrita a la escuela Federal No. 4, Pablo de Villavicencio, que funcionó, primero en la colonia Hidalgo, y finalmente en la colonia La Campiña, siendo Director de Educación Federal, el profesor Roberto Hernández Rodríguez.
En este plantel laboró hasta su jubilación. En el nivel de primaria siguió trabajando en la misma zona escolar, en las escuelas Adolfo López Mateos y Gral. Antonio Rosales de la colonia Mazatlán, de donde se retiró. Después de eso, siguió impartiendo las materias de Laboratorio Docencia y Didáctica General I y II con Observación de la Práctica, en el Colegio Profesional Rosales.
Señaló la maestra Juanita que…en la zona escolar No. 3, donde laboré más de 25 años, siempre conté con el apoyo de maestros como Juanita Derat Rocha, los hermanos Nayar y Gonzalo Montero Bañuelos, Rubén Medina Ibarra, Rosa María Rocha Cabrera , Martha Susana Millán, Socorro Millán, Juanita Ramírez, entre otros. Cumplidos los treinta años en la escuela primaria, me dediqué solamente al nivel de secundaria.
Declaró que su máximo anhelo fue impartir clases en la escuela Normal de Sinaloa, pero que no lo logró, pero cumplió su sueño integrándose a la planta de catedráticos de la Escuela Formadora de Educadoras.
Al preguntarle sobre los reconocimientos recibidos me contestó que no llevaba la cuenta. Y riendo a carcajadas me dice- Aún sigo recibiendo– luego se puso de pie y recogió una carpeta que puso en mis manos. Era una carpeta negra, donde guardaba diplomas otorgadas por padres de familia, alumnos y maestros, así como las medallas Rafael Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano, que me presumió orgullosa.
Nuestra entrevistada fue una mujer de vanguardia en la educación siempre a la altura de los retos que imponía la educación y los tiempos que le tocó vivir.
Llevó a cabo sus estudios superiores en la especialidad de Ciencias Sociales, en la Escuela Normal de Nayarit y se licenció en Educación Primaria, por la Universidad Pedagógica Nacional. Amén de cursos y seminarios para elevar el nivel de la educación impartidos por el sector educativo. Esa preparación le permitió servir con patriotismo a la niñez y juventud mexicana poco más de 40 años de su vida. Los educadores en la transformación social de Sinaloa, Historias de vida, Teodoso Navidad Salazar, 2017.
Nota: La maestra Juanita Carrillo Durán falleció el 27 de febrero de 2010.