(Breve semblanza)
Joaquín Alejandro fue hijo mayor del matrimonio formado por don Manuel Castro Valdez y doña Petra Rivera Serrano; nació en las Higueras de los Monzón, municipio de Badiraguato, un 19 de septiembre de 1937. En dicha comunidad el niño Alejandro estudió los tres primeros grados de educación primaria, concluyéndolos en la comunidad de El Llano de los Rochín, de esa misma municipalidad.
Siendo un jovencito, descubrió su vocación por la docencia y se entregó a ella con extraordinaria pasión.
En cierta charla con sus amigos comentó:
Los niños me aceptaron y yo respondí al compromiso asumido con ellos y los padres de familia, sobre todo porque teniendo apenas los conocimientos básicos di muestra de que tenía ganas de ser maestro, pero sobre todo del enorme reto que se me presentaba.
El joven Joaquín Alejandro con esa limpieza de pensamiento y esa fuerza que da la juventud que impulsa a realizar tareas arriesgadas y temerarias, buscó prepararse, para estar acorde a lo que la niñez y la sociedad reclamaba de él; es entonces cuando desempeñándose como maestro en la comunidad de San Antonio de los Buenos, Badiraguato, se le informó que en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio había espacio para quienes estando en servicio, no estaban titulados como profesores.
Joaquín Alejandro no lo pensó dos veces. Reunidos los requisitos se inscribió y dada su inteligencia concluyó sus estudios en dos años, sin dejar de laborar.
Con mayores herramientas metodológicas impartió clases en las comunidades de El Aguajito de León y Recoveco, municipio de Mocorito; La Apoma, La Higuerita, y otras comunidades que se pierden en la geografía de Badiraguato. En 1975, siendo ya un hombre de 38 años y con experiencia en el desempeño de su profesión recibió con agrado instrucciones superiores de trasladarse a Culiacán, con la encomienda de fundar la escuela primaria que más tarde llevará el nombre de Agustín Melgar, de la cual fue su director.
Cinco años después la Dirección de Educación, lo invitó a participar en el área administrativa y posteriormente, en 1980 la autoridad educativa lo ascendió a supervisor escolar, comisionándolo para su tarea al municipio de San Ignacio. Por necesidades propias del servicio en 1983, se le ubicó con esa misma responsabilidad en la región de Eldorado, Sinaloa, donde permaneció hasta 1988. Su trabajo fue reconocido por sus maestros y directores; juntos apoyaron a los padres de familia y a los ejidatarios a la solución de viejas necesidades en sus comunidades.
Ese mismo año recibió instrucciones de encargarse de la zona escolar 011, donde al igual que a su paso por comunidades y otras comisiones, supo ganarse el afecto de las personas con las que convivió y compartió responsabilidades. Joaquín Alejandro Castro Rivera fue magnífico ser humano; su carácter e ingenio para la broma y el chiste blanco, rosa o rojo, hacía reír a cualquiera. No obstante, se condujo con respeto y responsabilidad en el desempeño de su trabajo. Era formal en su trato cuando había de serlo, pero jamás dejó de lado su buen humor. Sus amigos y hoy colaboradores lo recuerdan como un hombre con mucha chispa en el cual, encontraron siempre el consejo oportuno, la palabra de aliento y la ayuda cuando se le requirió.
El maestro Castro Rivera fue un hombre que supo estar a la altura de los retos que enfrentó; se le reconoció como hombre comprometido con las mejores causas de su tiempo, con profundo amor a México y a Sinaloa. Creyó en la educación como un vigoroso motor que mueve a los seres humanos a ser mejores consigo y la sociedad.
En la entrevista realizada al Prof. Antonio Hernández Vega, director de la escuela Prof. Manuel S. Hidalgo, refiriéndose a Joaquín, expresó: ¡Ha mi flaco! – como cariñosamente lo llamábamos sus amigos. –Lo recuerdo honesto como pocos; se sacaba el corazón para darlo a sus amigos. Muy humano, siempre tenía una palabra de aliento para aquellos que la necesitaban, fue un hombre pulcro y muy trabajador.
Comentó el Prof. Hernández Vega que Joaquín Alejandro Castro Rivera era muy amante de la música de banda, conocía cuanta pieza escuchaba y nos daba el título. ¿Quién de sus amigos no recuerda su frase darle un fajo al macho? Debemos reconocer –comentó Hernández Vega que, además era un refranero de primera.
El Prof. Gilberto Mallorquín (fallecido en agosto de 2014), director de la escuela Juan Escutia y colaborador cercano al Prof. Joaquín Alejandro, comentó que éste, era un gran amigo.
Cuando fue secretario delegacional, nunca dio la espalda a sus compañeros, siempre buscó solucionar los problemas de sus representados. El Prof. Joaquín Alejandro fue un soñador; sin duda enamorado de su tierra y orgulloso de sus paisanos. No pasó inadvertido, asumió su papel como tal y defendió sus derechos y los de sus compañeros que eran sus razones. Fue hombre de una sola pieza. La aparición brusca y repentina de la muerte, eclipsó su carrera, pero nos dejó su trayectoria rica en vivencias y aportaciones a la educación de la niñez que tanto amó, y se fue para siempre, en aquel trágico accidente de triste recuerdo.
Al maestro Joaquín Alejandro le sobreviven su señora madre Petra Rivera, sus hermanos Abundio, Raúl, Pedro, Silvia, María Dolores, Luis y Jesús Basilio, así como su esposa Blanca Célida Gutiérrez y sus hijos a los que quiso entrañablemente: José Hugo, Elizabeth, Carlos, Homero, Jaqueline y Arabela María. Los educadores en la transformación social de Sinaloa, Historias de vida, Teodoso Navidad Salazar, 2017.