(Culiacán, Sinaloa, 24 de diciembre de 1946 – 5 de enero de 1990) fue un dramaturgo y director teatral mexicano. Es considerado uno de los creadores escénicos mexicanos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Fue un destacado integrante de la Nueva Dramaturgia Mexicana.
Liera es reconocido por sus características obras en las que con humor critica despiadadamente a la Iglesia y el Estado, por sus originales y novedosas estructuras dramatúrgicas, pero sobre todo por el profundo amor que le tenía a su tierra y a su gente. El valor de su obra radica en haber sido el precursor de todo un movimiento, un estilo de teatro: la recuperación de la cultura patrimonial. Óscar Liera compuso 36 obras teatrales. De las más destacadas podemos mencionar El Camino Rojo a Sabaiba, El Jinete de la Divina Providencia, Los Negros Pájaros del Adiós, Las Juramentaciones, Cúcara y Mácara, Los Caminos Solos, Dulces Compañías, entre otras. Fundó el Grupo Independiente Apolo y el Taller de Teatro de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
El dramaturgo, poeta y director de teatro fue considerado uno de los creadores escénicos más importantes de México de la segunda mitad del siglo XX.
RELATOS Y RECUERDOS NOSTÁLGICOS
Nació el 24 de diciembre de 1946 por la calle Ferrocarril en la casa marcada con el número cuatro sur, a las orillas de la Ciudad de Culiacán, muy cerca de la estación del ferrocarril Sud Pacífico, frente a El Llanito, en donde años después el Club Rotario construiría una enorme fuente que el pueblo bautizó como la Canasta.
En la memoria que guardo de aquellos tiempos de nuestra común infancia, permanecen las imágenes que me dicen que desde pequeño tuvo una marcada inclinación por las artes que, pienso, le venía de tres fuentes: sus papás y su hermana.
Su Padre, además de trabajador del ferrocarril, atendía un abarrote de propiedad familiar y se la pasaba diciendo versos y cantando canciones a cuanta persona acudía al negocio; de buen humor, ocurrente e improvisador de dichos. Su madre, una maestra de escuela primaria esmerada en enseñar a los niños: paciente y callada. Su hermana mayor , Carmen María, era una jovencita dotada de una notable belleza; componía inspirados poemas y era además una reconocida declamadora, solicitada para todo tipo de celebraciones; querida por compañeros y maestros en la Escuela Normal, donde cursaba sus estudios. Desgraciadamente falleció a los catorce años debido a un mal renal que la aquejó por mucho tiempo .
A Óscar le encantaba fabricar títeres con los cuales daba funciones en el patio de su casa y todos los niños de la manzana donde vivíamos éramos sus invitados; inventaba nombres, identidades y diálogos para cada personaje; el vestuario para dichos personajes la confeccionaba amorosamente su mamá, convirtiéndose así en apoyo y cómplice de sus aspiraciones. Creo que esto le daba cierta satisfacción y le permitía, a la vez, compartir los sueños de su hijo. Pero su papá no veía con tan buen agrado esas manifestaciones a las que dedicaba tanto empeño y pasión; renegaba constantemente a causa de que se la pasaba entretenido con sus muñecos y marionetas, y rechazaba sus invitaciones al Verano , que era una pequeña parcela ubicada en las vegas del río, donde sembraban elotes , calabazas , frijol y sandias. Era necesario dedicar mucho tiempo y trabajo para sembrar, regar, deshierbar y cuidar. Llegado el tiempo de la cosecha, debían recogerse los frutos y comercializarlos, lo que se hacía en el Mercado Garmendia desde antes del alba. Aquello, además de extenuante, traía consigo las desmañanadas. Óscar se negaba a acompañarlo a tales menesteres, a pesar de súplicas o amenazas.
Asi continuó su niñez creando escenarios con los enseres y el escaso mobiliario de su casa: bancas , sillas , mesas , cubetas, escobas, sábanas, toallas, manteles, cortinas, o cualquier otro recurso, disponible o no. A pesar del apoyo de su mamá, esto debió de acarrearle no pocos regaños y reprimendas. Fingía voces para dar vida a sus muñecos, ideaba los diálogos de sus personajes y además montaba pequeñas obras donde los niños vecinos éramos los actores y nuestros parientes el público. Cursó la enseñanza primaria en la escuela Lic. Benito Juárez, anexa a la Normal . Su expediente académico no fue muy notable porque señala que cursó dos veces el quinto año. Sin embargo, la razón de eso fue que en la boleta de calificaciones, al final del curso, éstas eran muy bajas según el criterio de su mamá, quien era maestra y aquello era inadmisible. Creo que al final eso le dio la oportunidad de pasar un año sin muchas preocupaciones académicas, y destinar más tiempo a lo que le gustaba hacer. Por otro lado, le gustaba participar en trabajos relacionados con la poesía y la actuación para los numerosos eventos conmemorativos de la escuela .
Su educación media la recibió en la Universidad de Sinaloa. Durante esos tiempos mostró no sólo dificultades sino una cierta apatía por las ciencias exactas y el Inglés, en contraste con un gran interés por la historia y la literatura universal, materias que él continuaba estudiando por cuenta propia más allá de sus obligaciones escolares. A cambio recibía la animación de sus maestros, a quienes les confesaba sus aspiraciones .
En esta etapa participamos activamente en una agrupación religiosa denominada Corporación de Estudiantes Mexicanos, integrada tanto por muchachas como por muchachos que compartíamos la misma fe católica y procedíamos desde Culiacán hasta Choix, en el norte del estado. Por esa razón, el Padre Rodrigo Haro, quien era el asesor del grupo, estableció un dormitorio para los que venían de lejos y no disponían de alojamiento en la ciudad. Entre nosotros había una gran diversidad de caracteres, pensamientos, cualidades y propósitos, pero nos unieron de manera permanente el objetivo de la Corporación y, a causa de ello, la profunda amistad que nació y dejó una honda e imborrable huella en nuestras vidas posteriores. Fue entonces cuando la vida religiosa de Óscar se hizo más intensa. Se interesaba sobre aspectos teológicos que iban más allá de la fe popular. En el correr de los años tocaría este tema en sus obras, presentando una crítica constante; no hacia sus aspectos fundamentales, sino hacia quienes tienen en sus manos su divulgación y manejo. Nuestros días giraban al rededor de ese clan de amigos con quienes gozábamos de paseos, convivios, caminatas y un tiempo esplendoroso como sólo en la juventud se vive.
En noviembre de 1964, se presentó un suceso que conservamos vívidamente en nuestros recuerdos. La Corporación, encabezada por nuestro asesor, había organizado un paseo a la playa de “El Tambor”, cercana a nuestra ciudad de Culiacán. Como la noche anterior había llovido mucho, llegar a dicha playa no fue posible. Debido a ese insignificante contratiempo desviamos el camino y fuimos a parar a Altata, una playa de fácil acceso. Inconformes, la mayoría, con la placidez de las aguas de esa bahía, pedimos a unos pescadores que nos llevaran a mar abierto. Al llegar allá, la mala fortuna golpeó al grupo y dos queridos compañeros: Ciro y Alfonso fallecieron ahogados. El oscuro manto de una gran pesadumbre e incredulidad, primero, y luego una gran tristeza nos cubrió y no nos dejó por mucho tiempo. No sólo la comunidad de la Corporación se sintió afectada, sino la Universidad entera, y en especial nuestra escuela preparatoria. Eran jóvenes como nosotros, a quienes nos unían no sólo los principios, sino una firme amistad.
Al terminar su bachillerato se trasladó a la Ciudad de Guadalajara dispuesto a estudiar la carrera de Odontología, pero no sintió que hubiera encontrado lo que buscaba: su verdadera vocación. Se regresó a Culiacán para iniciar la carrera de Leyes. Aun cuando su inclinación por el teatro fuera intensa, no había llegado al punto de decidir que eso sería su vida; pero tenía muy claro lo que no quería para su futuro, y su inscripción a la facultad de Derecho, era para darle el gusto a sus padres de terminar una carrera profesional. En ese período estalló un movimiento político que derivó en una huelga estudiantil para conseguir la remoción como rector de la universidad al Dr. Julio Ibarra, y él participó en apoyo al rector, quien tras su renuncia fue trasladado a la Ciudad de México para desempeñar el puesto de Director del Departamento de Intercambio Académico y Cultural de Universidades, en la UNAM. Mientras, en Culiacán, las cosas tardaron en reacomodarse, y tomando como excusa la huelga y la suspensión de clases, Óscar se propuso convencer a sus padres de estudiar la carrera de maestro en la Escuela Normal del Distrito Federal. Para lograrlo se reunió con Margarito Lara, un entrañable amigo oriundo de El Dorado, y conmigo, Guillermo, para planear juntos el viaje. Duramos algunos meses en eso porque no encontrábamos la manera de presentar a nuestros familiares, de manera factible, nuestro deseo; veíamos muy difícil obtener su consentimiento porque lo verían sólo como una aventura peligrosa en una ciudad como México, a la que no conocíamos, excepto Óscar; pero a él se le añadía su malograda estancia en Guadalajara. No teníamos parientes ni casa a la cual llegar, ni recursos para vivir allá porque ninguno de los tres había trabajado para tener algún dinero guardado. Todo se veía desolador. Parecía un plan sin futuro que desembocaría en fracaso. Pero con nuestra determinación, fuimos encontrando el camino: se nos ocurrió que al llegar a la Ciudad de México buscaríamos al Dr. Julio Ibarra Urrea, quien se encontraba trabajando en el la Universidad Nacional Autónoma de México, para que nos ayudara con la inscripción en las escuelas. Para el hospedaje, recurrimos a la señora Artemisa Elías Calles, esposa del Lic. Elenes Bringas, secretario de la Universidad de Sinaloa mientras el Dr. Julio Ibarra fungía como rector. Esta dama era sobrina-nieta de Plutarco Elías Calles, ex presidente de la República, y poseía una residencia en el Distrito Federal. Y sabíamos que en una sección de la misma se hospedaba el profesor Jesús Paniagua, maestro de Lógica, Latín, ética y etimologías greco-latinas en la Universidad de Sinaloa, y la otra sección la ocupaban otros jóvenes originarios de Sinaloa que cursaban sus estudios profesionales allá.
El dia cuatro de enero de mil novecientos sesenta y ocho a las diez cuarenta y cinco de la noche en el anden del Ferrocarril del Pacifico, bajo un intenso frio y un aire que nos cortaba la cara , nos encontrábamos Jesús Óscar, Margarito Lara y yo, a punto de abordar el tren. Entre lágrimas, plegarias, tristeza y bendiciones, nuestros familiares nos acompañaron para darnos la despedida. Éramos tres jóvenes llenos de ilusión , alegría y valor, resueltos a estudiar en la capital del país, y empezar a forjarnos un porvenir. Así, a bordo del tren, salimos de Culiacán. Al día siguiente llegamos a Guadalajara y ahí abordamos un autobús Tres Estrellas de Oro que nos llevo al D.F. Llegamos en la madrugada del seis de enero, día de los Tres Reyes Magos, a la terminal Salto del Agua, que se ubicaba en la esquina de Niño Perdido y Chapultepec. Tomamos un taxi que nos llevó a nuestro destino final : la casa marcada con el numero noventa y ocho de la calle Arturo, a dos cuadras de la calle Altavista, en la aristocrática colonia de San Angel Inn. Sólo baste decir que frente a la casa vivía la actriz Fanny Cano. Allí nos recibieron unos muchachos de Navolato, con la agradable sorpresa que eran compañeros de la Corporación de Estudiantes Católicos: Chema y Rafael Uribe , Noel Rangel y Saúl Frías de Santiago , que era de San Francisco del Rincón, Guanajuato. Eso hizo menos triste el haber dejado la familia. En un corto tiempo nos enseñaron a tomar camiones, trolebuses y tranvías para trasladarnos a Ciudad Universitaria a realizar los trámites para inscribirnos , lo mismo que a Tacubaya a comer tacos con tepache, al Olivar del Conde a los sopes, a los lonches, a los caldos, y a los tamales de Mixcoac. Caminando por las callejuelas íbamos a la iglesia a San Ángel , así como a la oficina de correos ya que casi a diario escribíamos o recibíamos cartas. Ahí empezaron los sueños y nos dispusimos a disfrutar esa maravillosa ciudad, pues sabíamos que llegado el momento regresaríamos a Culiacán y todo aquello quedaría atrás.
Al completar nuestras inscripciones, los planteles a los que debíamos asistir no estaban en las instalaciones de Ciudad Universitaria. Óscar y yo nos vimos en la necesidad de dejar aquel barrio tan tranquilo para vivir en la habitación de una casa de asistencia ubicada en Norte 81-A en la Colonia Clavería. En otra estancia de la misma casa se encontraba hospedado Emilio Avilés Senés, de Culiacán, compartiéndola con un joven de Guadalajara. Por su parte Margarito y Ramón López Avilés lo hicieron en una casa ubicada a tres cuadras de distancia.
En esa casa éramos atendidos por tres hermanas ancianas que sobrevivían con el fruto de la renta de las habitaciones de su casa: Charito (Rosario), Carmen y María. Al cabo de un tiempo a todos nos llamaba la atención de que al único huésped que invitaban a tomar café con galletas, en la sala de esa casa, era a Óscar, pues se la pasaban hablando de poesía y libros. Ellas eran parientes del poeta Gutiérrez Nájera .
En ese tiempo empecé a trabajar en un despacho de contadores y además continuaba estudiando la carrera por lo que era muy pesado: había que levantarse muy temprano y dormirse tarde. En una ocasión estaba yo estudiando por la noche antes de dormirme y llegó Óscar, que estaba acostumbrado a acostarse muy tarde y levantarse muy entrado el día debido a que sus actividades empezaban por las tardes y continuaban por la noche. Para él las doce de la noche era un horario de actividades normales. Esa vez me puse a conversar con él y nos dieron las cuatro de la mañana en la plática; me hablaba de los ensayos de las obras de teatro en las que participaba, de las amistades que tenía con actores y actrices que yo sólo veía en el cine. Ese ambiente glamoroso era excitante y para mí era novedoso, entretenido y casi de fantasía…, pero yo debía levantarme a las cinco de la mañana. El dia siguiente fue para mí un viacrucis en la lucha con el sueño, el cansancio y con las tareas que no había alcanzado a terminar. A partir de entonces, cuando estaba despierto a la hora que él llegaba , yo apagaba la luz y me hacia el dormido, pero sentía sus movimientos cautelosos por el cuarto y él de una manera cuidadosa bajaba una lamparita del buró hasta el piso, la cubría cuanto le era posible para que no reflejara mucha luz, colocaba el libro en el suelo lo mas cercano a la lamparita, y en el más completo silencio se ponía a leer. Y asi continuaba por horas sin molestarme, permitiéndome dormir.
En su estancia en la ciudad de México ingresó en la Escuela Normal Superior, pero la abandonó cuando decidió seguir el verdadero impulso que movía su vida; caminaría por el sendero del teatro sin importar lo que sucediera e inició los estudios correspondientes en Bellas Artes. Insaciable como fue siempre, al término de ésta, estudió en la UNAM la licenciatura en Literatura Española. Actuaba en obras de teatro y con ello fue adquiriendo experiencia y maduración. En ese momento ya escribía cuentos, obras de teatro, guiones; participaba en concursos de poesía, en los cuales obtuvo premios y reconocimientos a su talento. Escribió unos cuentos que nos maravillaron al descubrirlos en las reuniones que teníamos en el departamento de Jesús Ángel Ochoa Zazueta ( El chuti ), ubicado en Lomas de Plateros, donde vivía con su familia; al calor del bacanora y la bohemia nos leía unas historias deliciosas. Su obra era extensa. Se marchó después a París en donde estuvo un tiempo largo viviendo intensamente lo que la Ciudad Luz le ofreció. Al regresar a la Ciudad de México no tardó en darse a conocer en el medio presentando obras. Cuando ya era reconocido por sus trabajos dentro y fuera del país, tomó la decisión de regresar a Culiacán y luchar contra viento y marea para fomentar la cultura teatral formando grupos de teatro que se presentaban en plazuelas y parques públicos, sin equipos y con escasa escenografía. Allí, enseñó a una generación los secretos de la actuación. Su crecimiento fue vertiginoso, pero con una calidad genial; su valor como dramaturgo y director de teatro fue reconocido no sólo en México sino en muchas partes del mundo. Se le han hecho innumerables homenajes y reconocimientos por su labor en el teatro; sus obras se han impreso en otros idiomas, no sólo en Español, y representadas además de México, en otros países.
Una enfermedad lo consumió lentamente hasta que su corazón dejó de latir, en una casa muy cerca de la estación, frente a lo que había sido El Llanito, y marcada con el número cuatro sur de la calle Ferrocarril; la misma donde había abierto sus ojos al mundo por primera vez en la víspera de una navidad, allá, en la ciudad a la que tanto amó: Culiacán.
Guillermo Aspinwal Orozco
