El contexto de la primera etapa de la revolución mexicana, fue el escenario de la llegada a este mundo de Lucila Achoy Guzmán, el 27 de agosto de 1912. El país estaba incendiado por los disparos de la primera revolución social del siglo XX. Los grupos revolucionarios apoyaban el sufragio efectivo y la no reelección. La incertidumbre en la población era evidente. Aunque con retraso las noticias recorrían la mal comunicada geografía nacional. Sólo el ferrocarril era el medio de pasaje y carga cruzando el país, rumbo al norte, y del centro hacia el puerto de Veracruz.
Lucila tenía una hermana, que diez años antes que ella, sería educadora. Ambas nacieron en el seno de una familia dedicada a las labores propias del campo. Sus padres fueron don Jesús Achoy (de origen chino), y María del Refugio Guzmán.
La niña Lucila tendría su primer encuentro con las letras en la escuela oficial N° 1, de la ciudad de Culiacán, dirigida por la benemérita maestra Jesusita Neda. Fue afortunada ya que tuvo como maestras a Emilia Obeso López, su propia hermana Agustina y Luisa Pintado, de quienes recibió orientación. Su influencia fue determinante en su vida futura.
Apenas cumplidos los 16 años ingresó a las filas magisteriales; estaba frente a grupo cuando decidió inscribirse en la escuela Normal Mixta, del Colegio Civil Rosales, para realizar sus estudios profesionales, bajo la égida de destacados maestros entre ellos Epitacio Osuna, Manuel Barrantes y los ingenieros Eliseo Leyzaola Salazar y Matías Ayala. Estudió y trabajó. Logró titularse después de los exámenes realizados los días uno y dos de marzo de 1928.
El mismo día en que concluyó su examen recepcional le fue entregado el nombramiento de maestra para trabajar en la escuela semiurbana de la ciudad de Culiacán, donde se le asignó un grupo de segundo grado. Un año después se le ubicó en la escuela Federal Tipo, en la misma capital.
Al siguiente ciclo escolar, la autoridad educativa la nombró directora de la escuela oficial de El Fuerte, Sinaloa. Cuatro meses después se dispuso su retorno al municipio de Culiacán, asignándole la Dirección del Centro Escolar Benito Juárez, en la vecina ciudad de Navolato.
Por ese centro escolar habrían de pasar cientos de niños que orientados y aconsejados por esta brillante mujer, pronto destacaron como gente de bien, en beneficio de la sociedad sinaloense. Fueron muchos años en Navolato. Más de treinta años de labor educativa y social que dejaron profunda huella en esa región cañera.
Como reconocimiento a su trayectoria en 1968, se le ascendió a la categoría de supervisora escolar (inspectora), diez años después decidió jubilarse, con la satisfacción de haber entregado 50 años al servicio de la niñez y juventud mexicana.
Desempeñó responsabilidades sindicales en beneficio de sus compañeros; fue incansable. Compartió sus experiencias en talleres de cooperación pedagógica con otros maestros que buscaban actualizarse y realizar su tarea de manera más profesional; casi al final de su vida dirigió el Taller de Artes del gobierno del estado de Sinaloa, donde muchos niños y jóvenes encontraron tal vez su verdadera vocación.
Los reconocimientos fueron significativos; medallas al Mérito Magisterial Rafael Ramírez, entregada por el gobierno del estado de Sinaloa, por sus treinta años de servicio; el gobierno de la república la condecoró al cumplir los 40, con la medalla Ignacio Manuel Altamirano. Se despidió con el reconocimiento de padres de familia, de aquellos que fueron sus compañeros y de cientos de alumnos.
Su nombre ha sido impuesto a escuelas primarias y secundarias; bibliotecas, y una avenida en Culiacán, lleva su nombre, como reconocimiento a su trayectoria social y magisterial.
