Alejandro Hernández Tyler

  Biografías

Alejandro Hernández Tyler, a quien Enrique Félix Castro llamó, en 1934, “El poeta consentido de Sinaloa”, nació en la ciudad de Culiacán el 5 de agosto de 1903, Sus padres, don Alejandro Hernández y doña Virginia Tyler, eran originarios de la Villa de Cosalá. Alejandro Hernández Tyler era nieto por línea paterna del Sr. Manuel Hernández y de doña Rosario Morales y, por la línea materna, de don Juan Tyler y de doña Felícitas López, vecinos de Cosalá. El Lic. Héctor R. Olea, amigo del poeta, en su artículo “Carta para Alejandro Hernández Tyler”, publicada en la revista Noroeste No. 3, correspondiente al mes de septiembre de 1962, amplía algunos datos sobre los abuelos del poeta, dice: “Don Manuel Hernández, su abuelo paterno, fue coronel republicano durante la guerra de intervención francesa en Sinaloa y don Juan Tyler, por el lado materno, fue el primer denunciante de las vetas auríferas de las minas de Nuestra Señora, en el solar cosalteco” La Revolución, trajo a la familia Hernández Tyler a refugiarse a la ciudad de Culiacán. Esas fueron sus primeras vivencias de la niñez, a las que se unirían en la adolescencia y la juventud, las de los combates, la toma de Culiacán por las fuerzas revolucionarias de Ramón F. Iturbe, Juan Carrasco y Manuel Diéguez. Revolución, que dejó en sus ojos imágenes de las soldaderas cubiertas por el polvo de los caminos tras las caballerías de la Revolución, Por ese tiempo, iniciado en la lectura, el niño Alejandro Hernández Tyler, era un niño de mirada triste, que se aventuraba en paseos clandestinos por la ribera del río Tamazula, En la adolescencia y parte de su juventud, Hernández Tyler debe haber escanciado su gusto en las prosas selectas de Francisco Verdugo Fálquez, en los sonetos othonianos del Pito Medina y en los poemas de Jesús G. Andrade, Esteban Flores, Sixto Osuna y Enrique González Martínez el de “Silenter”; generación de fines de siglo, del grupo “Bohemia Sinaloense”, pero más cerca, el contacto con la generación de 1910 debe haber sido más determinante al recibir el impacto de la producción literaria del poeta Baltazar Izaguirre Rojo, Juan L. Paliza con sus eróticas Sonatinas, Genaro Estrada, Enrique Pérez Arce, Abelardo Medina, etc. Entra al escenario de la poesía sinaloense en 1922 cuando cumplía 19 años, con la publicación de la Música de las Esferas. En febrero de 1928, aún no cumplía los 25 años, el Casino de Mazatlán lo premia con una medalla de oro y la Secretaría de Educación Pública le otorga un trofeo por su poema “La Torre De Babel Cristo/ Nueva York quiere/ verte/ cruzar descalzo/ por su quinta avenida!¡Que florezca la paz de tus brazos/ abiertos/ sobre las catedrales mutiladas de Reims!” En Septiembre de 1929 el poeta se casa con Soledad Leyva Velásquez, y a mediados de 1930 nace su hija Raquel. Ya cerca de la edad de Cristo, -33 años publica su primer libro: Humaya, con umbral de Enrique Félix Castro, quien expresa: “Con una sensibilidad que pudiera cargarse en la punta de los dedos, sutil, refinada, limpia, quebró los moldes de la retórica Campillo y derramó su platonismo moderno, mil codos arriba de la vulgaridad. Y nuestro poeta, a pesar del indiscutible temblor de sus manos abiertas, tendidas, por sí solo se expulsó de todas las escuelas y calladamente quemó todas las banderas. Está solo en la cubierta de las letras”. En 1941, editó Lecturas Sinaloenses, dedicada especialmente a los escolares sinaloenses y en 1954, se publicó su segundo libro de poemas: Tamazula, con presentación del también poeta y diplomático Lic. Jesús Reyes Ruiz, en aquel entonces embajador de México en Honduras. De 1940, en adelante, la producción del poeta consentido de Sinaloa, menguó, contándose entre su escasa producción, poemas publicados en la revista Letras de Sinaloa en su primera época y artículos en la revista Noroeste, que el poeta editó a fines de los años 50 y principios de los sesenta. El 28 de enero de 1983, Alejandro Hernández Tyler, como los árboles, muere de pie. El poeta, admirado por sus coterráneos y extraños, se fue en la paz del silencio, sin que se le rindiera el homenaje que merecía, por autoridades oficiales y universitarias. Como respuesta, nació la Academia de la Cultura Sinaloense A.C. que lleva su nombre.

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